Al llegar a la que será la última entrada del blog supongo que habrá más de cinco o diez temas que hayan estado en el American Graffitti, la primera película grande de John Landis, una noche loca de fin de verano en una pequeña ciudad y las aventuras de una pandilla punteada por la mejor banda sonora que se pudiera soñar. La primera aparición de Harrison Ford y Dreyfuss para los cinéfilos y la única de Wolfman Jack para los que alucinamos con la música y más cuando la película te coge por sorpresa. Una banda sonora limpia y majestuosa, rockera y con mucho doo-woop. ¿Quién no tuvo en su casa alguna vez la figura en aerógrafo de la camarera con patines?
Son The Monotones pero pueden ser cualquiera, Flamingoes, Drifters o Frankie Valli & The Four Seasons. Todos poseídos por la fiebre vocal que iniciaron los negros y adaptaron los inmigrantes italianos y que en los cincuenta explotó como precursor de muchísimas cosas del pop. Si hay una mañana soleada y me siento bien no hay nada mejor que una canción como esta para subirme aún más el ánimo, si es una mala mañana seguro que arranca una sonrisa. Pero la parte mala de todo euforizante es su propia euforia y media hora seguida de dudua te puede poner pasado de rosca. Ahí está su magia. Música para consumir a dosis mínimas, con el mismo cuidado que los venenos. El doowop fue una fiebre que no duró mucho, apenas desde el 55 hasta la aparición de los voraces ingleses, menos de diez años en los que aparecieron cientos o miles de grupos para demostrar que con unas palmas, mucho swing y unas cuantas horas de ensayo algunos chavales conseguían ser los amos del barrio durante el tiempo que durase su single. Septiembre del 57 fue la fecha de grabación de estos dos minutos diecinueve segundos que siguiendo la estela del Blue Moon tuvieron su sitio en el Hall of Fame. «I wonder, wonder who, who-oo-ooh, who/ (Who wrote the Book Of Love)/ Tell me, tell me, tell me/ Oh, who wrote the Book Of Love»