Esta es de esas cosas que aunque lleves escuchando música cincuenta años te sorprenden. Y como yonqui de la música hecha sin muchas pretensiones te llenan de felicidad. Y aunque la palabra felicidad pueda sonar paradójica o cruel cuando se habla de la figura de esta cantautora americana, felicidad es lo que conseguía cuando componía estas canciones y circulaba por los veinte de su rápida y azarosa vida, y tocaba en el Café Wha del Greenwich y sus hijos eran niños, antes de los últimos 20, borrados de la memoria.

Allí la encontró Dylan que en su Crónicas Vol I (no hay más) dice: «Mi artista favorita era Karen Dalton, que cantaba temas de blues con la guitarra. Era alta, desgarbada, intensa, cálida y sensual. Ya la conocía pues me había topado con ella el verano anterior en un club de folk de un puerto de montaña a las afueras de Denver. Su voz me recordaba a la de Billie Halliday, y tocaba la guitarra como Jimmy Reed, con todo lo que eso implicaba.». Cuando leí el libro, hace once años, no busqué esa referencia. Este verano, pienso que he perdido todo ese tiempo. Una pista así de alguien como Dylan no se debería haber dejado pasar. Pero sea el día que sea en que se escuche por primera vez esta manera de cantar será de los que no se olvidan. Es difícil escribir sobre alguien que fue tan desgraciado como esta mujer, pero estremece oír como era capaz de traspasar todo ese caos que le rodeaba. «Yesterday, any way you made it was just fine/ So you turned your days into night-time/ Didn’t you know, you can’t make it without ever even trying?/ And something’s on your mind, isn’t it?»

Con Dylan y Fred Neil en el Cafe Wha

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