La canción que me llevo a una isla desierta. El número uno de mi lista personal e intransferible. Aún no tenía idea de quien era Hendrix pero en mi habitación de Cecilio Pujazón tenia un cartel de madera donde decía Atalaya. Se veía todo San Fernando y la espalda del Ayuntamiento. Así que pocos años después cuando empecé a conocer la música solo oir el título me atraía. Luego la personalidad del zurdo de Seattle hizo el resto. Por supuesto que conocí la versión de Hendrix antes que la original de Dylan.

La Jimi Hendrix Experience (Mitch Mitchell a la batería, Noel Redding al bajo) editó Electric Ladyland, su disco más ambicioso, último y caótico. Dentro de él, esta maravilla que se abre con un precioso riff de guitarra acústica y una línea de bajo que tocó el mismo Hendrix para abrirse en el primer solo y los rasgueos que sugieren sus dedazos. Después, la voz, oí decirle en un documental que superó su vergüenza a la hora de cantar cuando comenzó a escuchar a Dylan. Y después otra vez las guitarras, con esos punteos que a veces parecen duros y a veces desérticos, y el final, otra vez esa guitarra única. Hendrix reflejó en la música el ambiente que sugiere la letra. Los dylanólogos le buscan referencias en Isaias (el pasaje donde se anuncia la caída de Babilonia), pero a mí me parece que Dylan esas cosas se las toma un poco a coña. «Tiene que haber un escape, dijo el bufón al ladrón/ No puedo aliviar mi pena, noto mucha confusión/ Doy mi vino al negociante, doy mi tierra al labrador/ Y ninguno en ningún lado sabe apreciar su valor»…. «Príncipes montaban guardia en la atalaya/ Mientras las mujeres van y vienen, los sirvientes descalzos también». La letra es una pasada pero esa acústica y ese bajo de la entrada…

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