Una canción de Silvio es un punto y aparte. Aquí se apodera de las letras de San Juan de la Cruz, como si fuera un Amancio Prada del rock´n´roll, metiendo cuore y calle a las extasiadas rimas de un fraile del siglo XVI. Es el primer disco con Sacramento y a la guitarra está el fiel Pájaro. Y es el vinilo que más me ha dolido perder.

Están Calle Betis, Sureños y esta maravilla. Año 88 y en Sevilla ya es más famoso que cualquiera. Y estaba en forma. En una entrevista para presentar el disco presume de que, «esa cancion americana que como la canto yo no la canta Miguel Rios ni soñando» y vacila de actitud, «yo no me cuido la voz pero ahora mismo te pego un bocinazo que nos quedamos solos». Y se vuelve a juntar con otro amigo, Pive Amador, para construir otra marcha entre italiana y mariana. Mística rima y poderío vocal, un dejarse ir donde se confunde todo. «Y fui tan alto, tan alto/que le dí a la casa alcance/ y así toda criatura enajenada se ve/ y gusta de un nosequé que se halla por ventura/ que estando la voluntad/ de divinidad tocada/ no puede quedar pagada/ sino con divinidad». Un remate de la casa y al 1:47 la guitarra del Pájaro marca ese swing que solo se da en la primavera. No volverá a salir un rockero capaz de esto.

Con arrimo y sin arrimo

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