Escuchar a Patsy Cline es como ver un meteoro, algo insólito y especial. Una voz puede alcanzar la personalidad que no puede ni soñar el instrumento y a veces hay personas, pocas, que consiguen llevar la garganta y sus melismas, en este caso el yodeling del country a un lugar especial. Son Billie Holliday, Ella Fitzgerald, Camarón, Silvio, Patsy Cline, Janis, Amy Winehouse, Elvis, Holly o el mismo Hank Williams. Cantantes, exclusivamente conocidos como vocalistas, aunque muchos sean también compositores, capaces de arrancarle a la voz los matices imposibles para lo artificial. El único instrumento donde materia y alma son lo mismo.

Hank Williams y su grupo llevaron a las praderas este standar de los años 20, cuando la música popular americana eran colecciones de canciones para los musicales de Tin Pan Alley. El público se volvió loco cuando la escuchó en directo y este viaje de Broadway a Nebraska señala la frontera que marcó el padre del nuevo country. Esta versión le abrió las puertas de su primer Grand Ole Pry. Once años después Patsy Cline le da otra vuelta, lo acelera un par de golpes por minuto y todavía mejora ese «yodeling» con ese inconfundible síncope que anuncia el rockabilly. Esa forma de cantar que le da ironía a la tristeza del country y alegría a este blues del enfermo de amor. Y lo llena de eso que etiquetaron como countrypolitan. Esa voz fue la que escucharon todos los blancos del rock´n´roll. De ella bebieron Cochran y Elvis, Buddy Holly y los Everly. Desde apariciones como esta donde parece que te canta directamente a tí. «I got a feelin’ called the blues, oh Lord, since my baby said goodbye/ Lord I don’t know what I’ll do, all I do is sit and sigh «Oh Lord»/ That last long day she said goodbye, well Lord I thought I would cry/ She’ll do me, she’ll do you, she’s got that kinda lovin». Pura clase. 

Con sus Jordanaires

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