Desde que el Niño de Elche fabricó su excelente vuelta de tuerca al eterno flamenco se vuelve a hablar de kraut-rock. No sabía muy bien lo que era y eso que he tenido en casa algún que otro Discoexpress dedicado a lo que entonces se llamaba Deustch Rock y donde andaban gente como estos Can, Amon Düul o los Tangerine Dream. La verdad es que parecían a los quince años gente más bien somnolienta, al estilo de la pesadez del sinfónico del momento pero con más ínfulas intelectuales y nunca tuve un disco de ellos, aunque sí de los imposibles Einsterzünde Neubauten.

La historia es la siguiente: cuatro músicos de formación académica y vanguardista se han dado cuenta de que si Zappa puede hacerlo ellos también. Primero tienen un vocalista negro con problemas de conciencia y finalmente a un japonés que les deja para irse a los Testigos de Jehova. Sus conciertos son performances lisérgicas donde una nota dura una hora y puede sonar una sola cuerda de guitarra y no tienen el más mínimo problema de hacer de ellos la rave más salvaje. Viven durante años, primero en un castillo y cuentan anécdotas como esta: «Recuerdo una vez que estábamos todos en el campo y fuera de la casa había muchas vacas mugiendo que no nos dejaban trabajar. Cuando Irmin Schmidt se cansó de oírlas, salió afuera y empezó a responderles con sus mismos mugidos, en aquel momento todas se le acercaron, hicieron un círculo a su alrededor y empezaron a cantar. (Michael Karoli entrevistado por la revista Vibraciones en diciembre de 1976).» La situación mental de los Can peligra y el grupo se decide a ir a vivir a un cine de Berlin. Cuatro meses en Ibiza y sacan Tago Mago, su disco de cabecera, con canciones como Mushroom. Van cogiendo carrerilla y consiguen comprimir, a veces, sus improvisaciones para contraerse en cuatro minutos como estos. Pocos como ellos han conseguido dejar una leyenda tan perfecta de grupo de culto. Y es que como decían en 1972 «And you´re losing your vitamin C»

Los primeros Can, unos hippies alemanes

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