Hace ya muchos años compré un doble vinilo en LP, la tienda de discos de la calle Doctor Cadaval de Vigo, una ciudad de muchos médicos. Firmaba como Dweezil Zappa y aparecía con una tremenda coleccion de guitarras. Lo que hacia era un virtuosismo guitarrero AOR que no me dijo gran cosa. Poco después lo llevé como lote a una feria del disco o a Honkytonk para intercambiar y refrescar la colección. El hijo del genio de Topanga Canyon, aunque fiel y efectivo, ni tuvo su facilidad compositora ni vivió los mismos tiempos que su padre. Aunque sea un puntazo no debe ser fácil crecer como músico bajo una sombra tan alargada.
La carrera en directo de Frank Zappa tuvo dos malos momentos en el 71. El incendio de todo su equipo en el festival de Montreux y la agresión que Zappa sufrió en Londres. Un loco saltó al escenario y le tiró al foso de la orquesta provocándole serios daños en la columna y cuello. La convalecencia fue larga y Zappa aprovechó para introducirse más en el jazz-rock que ya estaba en Hot Rats. El resultado fue The Grand Wazoo, uno de sus grandes y oscuros discos. Un gran riff de bajo que soporta dos grandes solos, el de George Duke y el de Zappa y su característica guitarra. En el 2006 Dweezil se cansó de una anodina carrera de solista y decidió ser el verdadero sucesor de su padre, recreando con toda honestidad sus canciones preferidas. Nadie mejor que él para hacerlo. Habia crecido con ellas. Reclutó a músicos jóvenes y se tiró a la piscina. No son calcos de los temas, son reinterpretaciones, a veces tan brillantes como esta donde la saxofonista Scheila Gónzalez ocupa el lugar del Fender Rhodhes de George Duke en la original. Un grupo de tributo diferente. La música de Zappa se lo merece.