En mi adolescencia entró el dichoso disco del Professor Longhair y desde entonces me paro a escuchar cualquier piano que suene desde Nueva Orleans. Esa ciudad está llena de pianistas que tienen dedos como martillos y aporrean con la derecha mientras hipnotizan con la izquierda. De gente que iban por delante de Memphis y de Chicago. Miles de garitos donde cada noche se junta el diablo y su corte siempre listos para la confusión.

James Booker fue uno de los grandes. Aprendió de niño en la Iglesia todas las variaciones de Bach posibles. A los dieciocho años dejó asombrado a Arthur Rubinstein, y a los 25 ya se habia recorrido todos los garitos de Nueva Orleans y unas cuantas veces el penal del Estado. Apodado el Majarajah del Bayou por su extravagancia o Gonzo por su aficion a la droga dura, fue el pianista de las giras de Dr John o de Grateful Dead y en una de sus estancias carcelarias fue defendido por Harry Connick, el padre del Jr., que le cobró la defensa en clases de piano para el chaval. Su muerte a los 43 años , en el 83, le impidió llegar a ser una estrella mundial pero a su altura solo estaban Jerry Roll Morton o el Professor Longhair. Esta grabación del verano del 78, con un Booker en plena forma lo demuestra. «If you ever come tear my house/ knock up on the door/ somebody’s gonna tell you baby/ not to ever come back no more/ i said i know/ i think i know/ baby i ain’t got the power/ i’m so glad something told me no no, no/ i ain’t got the vibe / that ain’t no lie«,… todo fluye en el Delta.

Unos dedos como mazas

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