Puede que Dylan no sea un literato al uso, pero negarle al de Duluth fuerza en sus letras es no enterarse de que está hecha la literatura y pensar en una maniobra de marketing es un poco conspiranoico. Ni canon ni leches, se discute si esas letras serían algo sin la música que las acompaña y rápidamente se convierte en algo político el declararse a favor o en contra del premio. Dylan es sinónimo de polémica, como la propia Navidad. Hace siete años sorprendía sacando un disco de villancicos, no más de lo que sorprendió verle saludando a JPII o que siga siendo el único de su generación capaz de sacar trabajos inéditos e interesantes.
Allí estaba con su pinta de Scroogle y ese aire impávido y malhumorado de viejo juez del Oeste. No le preguntes porque lo hizo, ni como. Hace tiempo que va por encima de movimientos, programas y planes. Es el último Dylan, donde las letras importan menos, más atento a lo musical, empeñado en una banda perfecta que sea capaz de seguirle en cualquier aventura o improvisación. Con ellos se lanzó en este Christmas In The Heart a seguir la tradición. No hay porque que plantearse dilemas morales, ni acercarse a las costumbres de siglos como si fueramos los últimos aunque seamos los únicos. Con David Hidalgo de Los Lobos y unos cuantos músicos de su banda de directo facturó quince revisiones navideñas con una voz más cascada que nunca y los arreglos que le dió la gana. A Must Be Santa le metió ritmo de polka, a Christmas Island casi un ukelele. En este clásico de principios de siglo el acordeón del mejicano se hace protagonista y Dylan se permite el lujo de meter unos cuantos presidentes de los USA entre los renos. «Who wears a long cap/ On his head?/ Santa wears a long cap/ On his head/ Cap on head/ Suit that’s red/ Special night/ Beard that’s white/ Must be Santa/ Must be Santa/ Must be Santa/ Santa Claus» Así que, Feliz Navidad, para el que se la tome en serio y para el que no también.