Anne Erin Black nacio cinco años después que JD McPherson en Oklahoma. Son de la misma generación y las mismas coordenadas. La tierra de los okies da para mucho. Uno hace americana y otra música genuinamente urbana. Las dos claramente americanas. Uno capaz de hacer villancicos que suenen vintage, otra canciones sofisticadas que suenan sexuales. Anne Erin fue una niña aplicada, que además de trabajar de roadie en su adolescencia para unos tíos suyos que tenían un dúo de jazz, estudió en la prestigiosa Berklee College de Boston antes de ser St. Vincent. En el año 2003 ya estaba dispuesta para todo y así ha seguido durante estos quince años, sin cortarse cuando ha tenido que hablar sobre sus relaciones con otras mujeres, sobre una idea sobrevalorada de la maternidad o cuando ha cantado frente a una lechuga ardiendo.
Como Julia Holter o Fiona Apple siempre parecen cantar con un cuchillo entre los dientes, con pose de mujeres enfadadas, las culpables de que el macho hetero de ahora tiemble de miedo y rabia. Cosmopolita y sofisticada, hace aquí la enésima canción neoyorquina al estilo de una siniestra Audrey Hepburn un poco malvada en un escenario pastel. Fríamente producida, con crescendos medidos y voces que hacen melodía y percusión. La receta y los ingredientes de lo que se llama con desdén pop de cámara. Una de las más de cincuenta mil canciones en el cajón exclusivo de New York, «New York isn’t New York/ Without you, love/ So far in a few blocks/ To be so low/ And if I call you from First Avenue/ Where you’re the only motherfucker in the city/ Who can handle me.» Una canción de amor más cerca del tipo duro que no queria «letters, faxes or phones» de Lou Reed que del Jim Croce rural, que sentía que la urbe no era su hogar. Una playa en un disco donde manda el bajo orgánico y los ambientes del subsuelo. Como ella dice en Masseduction «no puedo apagar lo que me enciende».