Los que siguen el blog saben que Kevin Ayers es de mis muy favoritos. El chico que se escapó de los Soft Machine para caer en la Mallorca prehippie. El que se encontraba orgulloso de que sus compañeros tan intelectuales le aguantaran porque sabía componer salió de su primera visita a Deia transformado. No le costó trabajo encontrar un contrato con la leyenda de Canterbury detrás y editó Joy of a Toy en el 69 con la colaboración de su compañero en los Soft, Robert Wyatt y de Syd Barrett. La aristocracia de la psicodelia para un albúm disperso.

Y a la vuelta del verano del 72 Bananamour, su cuarto disco en solitario. Tan disperso como todos pero siempre con su canción perfecta. Se podría hacer fácil una lista de diez canciones de Kevin Ayers luminosas y con tumbao, con esa elegancia de la que hablaba Blades. Todo un sex symbol de la psicodelia. Durante los primeros cinco años de los setenta Kevin Ayers se manejó con soltura entre Londres y Deia pero la segunda parte de la década y su decisión de irse a vivir a Baleares definitivamente le hicieron perder un sitio, que pese a intentarlo nunca recuperó. Él mismo lo lamenta y aunque vuelve a España con asiduidad se traslada a vivir al sur de Francia. Al fin y al cabo nunca dejó de ser un bon vivant. Tolerante, accesible y tranquilo gustaba de explicar en las entrevistas que nunca fue ambicioso y escuchando sus medios tiempos suaves, alegres y redondos a uno le entran ganas de brindar todos los días, mientras se tararea el estribillo, «So I sing for everyone who feels there’s no way out/ So maybe if you all shout someone will hear you/ Listen to them shout». El placer de vivir y saber hacerlo. 

Con su hija Galen

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