Conocí a Coppini en el año 80, leía una rara obra de Kafka, «América» que yo había leído también y estuvimos charlando un rato en el bar Mónaco de la calle Uruguay. Después nos vimos unas cuantas veces por Vigo y fue uno de los mejores clientes de la efímera Batidora. Cuando este 2013 me enteré de su muerte toda la mañana del día de Navidad estuvo sonando en Cerromolino su música, desde «No mires a los ojos…» a esta joyita, mi preferida, escondida en su último disco

Quién haya recibido una educación católica en su infancia conoce bien ese terror difuso al Infierno. La canción tiene dos partes y Coppini gruñe. En la primera el pecador te explica; ya que «persistes en saber»; tres cosas: lo que es el pecado, su íntima satisfacción y como acaba el pecador, «precipitado a un abismo, a despecho de consejos». En la segunda, parece que le cuesta, orgulloso como es, pedir compasión. «Desesperado y sin fruto», se quema en el averno y finalmente reconoce la inutilidad de sus lamentos que «son solo ayes de sacrílegos, con promesas acariciados, amedrentados con furia, son ayes que queman por dentro». Todo el que haya visto un peto de ánimas en la base de cualquier cruceiro gallego o en el hueco de una casa sabe de esos ayes. Con toda la intensidad de Coppini y Golpes Bajos. Un tipo grande.

Germán Coppini no bromea

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *