Ramón Chao fue un emigrante de carambola. Un virtuoso pianista que aprovechó una beca para marcharse a París y quedarse allí. Fue contratado como traductor en la televisión francesa y allí se quedó colaborando con las editoriales españolas que por allí andaban exiliadas y finalmente entrando en la RTF. Allí se casó y allí nacieron sus hijos y a Ramón Chao se le pasó a conocer como el padre de Manu Chao.

Para mí, que soy un fan, el mejor grupo del 88 al 94. De Patchanka a Casa Babylon, el grupo ejecutó unas cuantas piruetas. Patchanka fue la definición de su sonido, poco después el legendario Puta´s Fever. Despúes King of Bongo y finalmente Casa Babylon. Para la generación del punk con fundamento, después del Sandinista, esto era lo que más se parecía a la apuesta ecuménica de Strummer y los Clash. El tiempo de coger todas las músicas que te digan algo y hacer que lo vuelvan a decir. Aquí empezaban con Mala Vida, una especie de rumba con teclado ochentero y vientos de ranchera. Una apropiación cultural como tiene que ser, por derecho. Con esa mezcla de idiomas de los que se crían en casa en una lengua que no se quiere perder y otra que hablan por la calle. Con la de los que no entienden de banderas. Y se marcan un homenaje a los grupos de rumba a través del rock. Una poción mágica de vientos, cuerdas y  descaro. Y dejando aparte el sendero por el que tiró después Manu Chao, que en los conciertos sigue tirando de «patchanka», el grupo francés fue durante cinco discos lo más fresco, directo y combativo del rock mundial,  Para el padre quedó la triste, alucinada y aventurera misión del tren colombiano, un desmadrado y malogrado proyecto, descrito en Un Tren de Hielo y Fuego que es también la crónica del fin del grupo.

El Tren de Hielo y Fuego

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