Esta es la última canción que me impresionó de Lou Reed, al que escucho desde que a los 15 años compré el «Sally Can´t Dance» en Cádiz, uno de aquellos sábados de Parodi. Toda mi vida, primero él y luego la Velvet me han acompañado, de nadie habré tenido más discos que de este neoyorquino difícil, observador, egocéntrico, dudoso y genial que circuló desde la Velvet Undergorund hasta la música de vanguardia más ruidista y aburrida dejando canciones como señales para recuperar el camino.

No letters, faxes, phones or tears…
Esta ya es de 1996, treinta años desde la Velvet. Las notas de contraportada hablan de un Lou maduro y freakie del sonido, capaz de hacer lo que sea por conseguir que de su amplificador de válvulas salga el sonido más limpio y cristalino. Y el sonido es muy, muy bueno, aunque los temas de Lou se diluyan en la monotonía que siempre rodeó sus canciones más oscuras. Magic And Loss, el disco anterior, era una dura elegía a la agonía de un amigo. Pero estaba este rotundo «NYC Man» con el comienzo rasgueado, el chaston y el difícil fraseo del bajo. La guitarra de cristal protagonizando cada cambio, marcando el paso por detrás y esa letra en la que declara con chulería que el es un neoyorquino, y que no le partirá el corazón la verdad. «The stars have shut their eyes up tight, the earth has changed it’s course. A Kingdom sits on a black knight’s back, as he tries to mount a white jeweled horse while a clock full of butterflies on the hour, releases a thousand months. You say » leave» and I’ll be gone. Without any remorse. No letters faxes phones or tears, there’s a difference between bad and worse. I’m a New York city man, blink your eyes and I’ll be gone New York city – man, blink your eyes and I’ll be gone». No está mal para un chico de Coney Island.
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