La manera de tomarse la vida de Art Pepper fue radical. Su padre era un marino mercante de San Francisco y su madre una menor de edad más preocupada de otras cosas, asi que le criaron sus abuelos paternos. Por esas cosas de la vida, de un inicio tan loco surgió un talento inesperado y, el adolescente Art Pepper a los trece años ya era un maestro del clarinete. Su padre, reconvertido en sindicalista de los muelles, lo llevaba a los bares de jazz. El joven Art fue creciendo entre las jams del Central Avenue, las mismas calles por donde andaban también Kerouac y su amigo Remi Bonceur buscando el bop.

Aquellas noches en barrios de negros, donde nunca fueron mal vistos los locos blancos que iban tras el sudor del bop y la vida peligrosa, fueron el lugar donde se cruzaron las norteaméricas de Chet Baker, Art Pepper y la beat generation. También otras tentaciones, que llevaron al Art Pepper consumidor de heroína a visitar la cárcel durante siete años, en el periodo que va desde el 54 al 64. Cada vez que salía le daba tiempo a grabar un disco y a seguir su código vital, inquebrantable y compulsivo. Su orgullo de músico le libró de ser un yonki más y su loco talento le protegió en prisión. Para descubrir su difícil carácter y su manera de afrontar la vida lo mejor es buscar Straight Life, un interesante libro biográfico que a lo mejor se podría traducir como «viviendo por derecho». El que aquí toca ya es un Art tranquilo, el del 78, lejos de sus queridos hispanos y supongo que quejoso aún por ese black power que le hizo alejarse de los negros y acercarse a los latinos en la época de Sing-Sing. Ese saxo alto que va más rápido que nadie es el que perseguía la generación más brillante de la música, el cine y la literatura americana, los anteriores al rock´n´roll.

El San Francisco beat

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